Un “torneíto” cambió la historia de Zarina Fabre y la de la rítmica argentina

Zarina Fabre hizo de la gimnasia rítmica una cuestión familiar, desde el mismo momento en que decidió acercarse a la actividad.

Pero esa niña que a los 11 años se inició en el deporte “por copiarle” a una prima, aprovechó los dotes de pianista de su padre para acompañar sus rutinas, se hizo de elementos de elite gracias a un tío que se los pudo traer de Estados Unidos y motivó a que su madre se acercara a la disciplina para terminar por transformarse en una reconocida formadora, dirigente y jueza. Abrió una puerta mucho más amplia que la de su casa: la cordobesa logró, con su irrupción, darle vida a un deporte que empezaba a apagarse. Y eso, asegura, es “lo más valioso” de su carrera.

“Mis logros deportivos, en cuanto a premios y puestos, no los valoro tanto. Porque sinceramente creo que lo valioso de mi carrera fue abrirle un montón de puertas a una disciplina que estaba a punto de desaparecer gracias a mi perseverancia, que tal vez se despertó en ese día”, reflexiona “Zari”.

Y por “ese día” se refiere al que, considera, fue su Día “D”. Aquel en el que, con 11 años, participó por primera vez de una competencia deportiva y en el que encontró “ese factor extra” que le permitió “sacar lo que esencialmente era”. “Porque a los 11 años ni siquiera me conocía a mí misma. Era una nena que iba al colegio y punto”, dice.

Hambre de gloria

“Empecé gimnasia por copiarle a una prima y al poco tiempo la entrenadora me dijo que me veía condiciones y que, entrenando más días, me podía preparar para alguna competencia. De arriesgada le dije que sí, me entusiasmé con el proyecto y empecé a practicar más, a armar las coreografías con música y todo lo que requiere la competencia”, rememora la primera argentina mundialista en gimnasia rítmica.

Al poco tiempo se presentó en su primer torneo y, cree, ahí cambió su historia y, a la postre, la de la disciplina que abrazó por una década como deportista de elite.

“Fue en el club Instituto. Era la primera vez que participaba de un torneo deportivo –continúa–. Me encontré con la pedana marcada en piso y me enteraba ahí, sobre la marcha, que había que hacer un recorrido en ella, porque en ese momento nos entrenábamos en un gimnasio chiquitito en el centro”.

Pero eso no fue lo único que Liliana Tulise, su entrenadora, le explicó ese día.

“Me enteré en ese momento que había cuatro jueces en cada punta y que si me salía del cuadrado me penalizaban. Mi entrenadora me iba explicando las cosas 10 minutos antes”, recuerda ahora con gracia.

Y llega así a ese momento que la marcó. “Practicando veo que arman la mesa de trofeos, y cuando pasé por ahí los vi tan lindos que ya los miré con ganas de llevarlos para casa”, asegura y remata: “Éramos ocho en categoría Infantil y pensé que uno de los tres premios me podía llevar. Pero se realizó la competencia y quedé penúltima. Estaba indignada conmigo…”, cuenta.

“Me parece que esas cosas malas, o errores o fracasos, son las que más te ayudan a sacar eso de adentro que un deportista tiene que tener: ese espíritu competitivo, la ambición de crecer, de llegar a la meta que te propongas. Creo que fue tan significativo lo que sentí en ese momento en el que pretendía una medalla y quedé recontralejos, que fue lo que me motivó a entrenarme cada vez más, a buscar los medios y sortear todas las contras”.

Sólo un año después, Zarina se consagró campeona nacional infantil, lideró la categoría Elite en Córdoba de 1985 a 1988 y fue campeona argentina Elite en 1989 y 1990.

“En esa época no había nada, ni alfombra. La pedana se marcaba con una cinta sobre el mosaico; las condiciones eran tremendas. Eran los ‘80… la rítmica argentina no iba a torneos internacionales. Estábamos en foja cero en cuanto a apoyo, becas… No había nada”, sentencia.

Pero ella pudo empezar a crecer y ser “la primera en un montón de cosas” gracias a “un núcleo familiar que, desde casa, logró hacer crecer el deporte”.

“En eso sí me siento parte de lo que es hoy la rítmica, sobre todo en Córdoba, que hasta llegó a ser mejor que en Buenos Aires”, valora.

Fabre fue campeona internacional “María Marino” en 1988 y 1990, ganó los selectivos para los Juegos Iberoamericanos y Sudamericanos de 1990, obtuvo la medalla de oro en los Odesur 1990, representó al país en los Juegos Panamericanos de Cuba 1991 y fue la primera argentina que participó de dos mundiales consecutivos, en Sarajevo (1989) y Grecia (1991), según detalle el libro Campeones.

“Todo eso que uno después ve creo que se gestó en ese momento, en ese torneíto en el que una nenita iba por primera vez y pretendió ganar una medalla con nada”.

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